2 mitos que entorpecen la formación de nuestros hijos

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Existen dos conductas que entorpecen el desarrollo del sentido de responsabilidad de nuestros hijos. La primera de ellas es un pensamiento muy común que existe entre los padres de familia de actualidad: “Es que no quiero que mi hijo sufra”. Este pensamiento, a menudo surge de la falsa premisa de que nosotros los padres somos los responsables de mantener felices a nuestros hijos todo el tiempo. Tan sólo mira a tu alrededor y te darás cuenta cuantas veces un papá o una mamá termina dándole lo que quiere a su hijo por que se tiró al piso a hacer un berrinche o porque se hizo la víctima. “No me comprendes, nadie me quiere, eres muy malo conmigo, estoy muuy triste”, son frases que manejan muchos niños para manipular o victimizarse. También encontrarás muchos papás que se sienten cien por ciento culpables cuando sus hijos están tristes o frustrados, sin siquiera preguntarse si la tristeza la causó su hijo en su vida o no. En mi curso “¿Cómo enseñar a los niños a manejar sus emociones?” explico la función de cada una de las emociones del ser humano para que padres y maestros puedan comprender con gran claridad que las emociones negativas, cuando son bien manejadas, tienen la función de ayudarnos a crecer. Y cuando no permitimos que nuestros niños experimenten las emociones negativas consecuencia de sus pensamientos y acciones, entonces promovemos en ellos comportamientos inmaduros e irresponsables. Por ejemplo: cuando nuestro hijo se siente culpable y avergonzado por no llevar la tarea a la escuela, la culpa que siente el niño le está comunicando que no ha sido responsable, y la vergüenza le dice que está actuando en contra de la persona que él desea ser. Pero además la culpa lo impulsará a reparar el daño. Por eso, si nosotros no permitimos que experimente esas emociones negativas, difícilmente vamos a lograr que el niño se haga responsable. Porque las emociones son energía que nos mueve.

¿Cómo evitamos en ocasiones que nuestros hijos experimenten las emociones negativas que de forma natural la vida les trae? Rescatándolos al hacer lo que a ellos les corresponde. Por ejemplo: haciéndoles sus tareas o llevándoles sus trabajos a la escuela, no permitiendo que fallen o teniendo todo perfecto. También lo hacemos al resolverles la situación siempre que se enojan, dándoles algo de comer para que se les pase su tristeza, dejando que se siempre se duerman en nuestra cama porque les da miedo el mounstro imaginario del closet, etc.

Con lo anterior no quiero decir que actuemos como si no nos importaran los sentimientos negativos que experimentan nuestros hijos. Pero más que resolvérselos debemos ser una guía para que el niño identifique qué le comunica ese sentiminto y cómo puede resolver la situación por sí mismo. Para ello se necesita calma, paciencia y el conocimiento sobre la función de cada una de las emociones.

La segunda conducta se titula:” Es que no quiero ser el malo”. En mi práctica profesional he conocido a muchos padres de familia que piensan que por ser consistentes y firmes al exigirles a sus hijos lo que les corresponde hacer, son los malos. por ejemplo: no sales hoy al parque hasta que no cumplas con tus responsabilidades, no te puedo servir tu plato si tú no decides lavarte las manos y sentarte para comer. Esta falsa premisa hace que muchos, con tal de no sentirse “Los Malos” terminen cediendo y dejando de exigirles a los niños que hagan tareas que les corresponden. Por ejemplo: como yo soy el bueno, te voy a quitar el castigo, te voy a dar lo que tu papá te quitó, etc.

Y por obvias razones, caer en el deseo de no ser “El Malo” promueve que los niños se vuelvan manipuladores y encuentren la manera de no hacer lo que les corresponde. Por lo anterior es necesario, que todos los padres fortalezcamos nuestra autoestima sin depender de que nuestros hijos nos consideren buenos o especiales. Cada uno de nosotros debemos hacer lo que nos corresponde y reconocer nuestros esfuerzos. Así, a la hora de exigirles a nuestros hijos por ningún motivo creamos que eso nos hace ser malos. Por el contrario, exigirles a los niños nos permite enseñarles a ser fuertes y valientes, y a enfrentar las experiencias negativas con el objetivo de crecer y salir adelante.