“Ya no quiero que mi hijo se esconda detrás de mi cada vez que llegamos a una fiesta. A veces me desespero y lo regaño y otras veces trato de ser muy comprensiva con la vergüenza que está sintiendo”, me decía una mamá de un alumno hace varios años.
Lo que tal vez muchos no saben, es que no es lo mismo sentir vergüenza que ser tímido. Y la manera que se maneja la vergüenza con inteligencia es diferente a la manera de ayudar a un niño a vencer su timidez.
La vergüenza es un estado emocional que se activa en todos los seres humanos cuando actuamos en contra de la persona que nosotros deseamos ser. Por ejemplo, cuando tú deseas ser una persona puntual, por lo general te sientes avergonzado cuando llegas tarde. O si tu deseo es ser una persona limpia, es natural que sientas vergüenza cuando llegas a una reunión todo manchado. Se puede decir que la vergüenza actúa como un sensor emocional que no alerta cuando nos hemos salido del camino que nosotros sabemos es la mejor versión de nuestra persona. De ahí que cuando sientas vergüenza, algo que puedes hacer es preguntarte: ¿De qué manera actué en contra de la mejor versión de mi mismo? Otra característica de la vergüenza es que, por lo general, el ser humano la comienza a sentir entre los cinco y los seis años de edad. Y se va intensificando conforme los niños entran a la pubertad, dado que los circuitos del cerebro que activan este estado emocional van madurando con el paso de los años.
En cambio, la timidez nace del miedo al rechazo y es especialmente común en los niños pequeños cuando se encuentran frente a personas desconocidas. Por eso, cuando un niño es tímido lo que debemos enseñarle es a manejar ese miedo con inteligencia, por medio crearle experiencias en las que descubra que la mayoría de los extraños no son amenazantes. Así que, si tu niño es tímido, anímale a que pida su comida cuando vaya a un restaurante, anímale a pagar en las tiendas el dulce que le vas a comprar o dile que a él le toca preguntar por lo que está buscando. Por ejemplo, si lo llevas al Oxxo porque quiere un dulce, dile que la condición es que él pida su dulce. Si van a un restaurante y tiene sed, dile que para que le sirvan agua, él tiene que pedir su propia bebida al mesero. Así, con paciencia y poco a poco, descubrirás diferentes momentos durante el día para que se anime a cruzar un par de palabras con los desconocidos, y de esa manera, a través de la experiencia, tu hijo irá perdiendo el miedo a la interacción con personas desconocidas.
La meta, creo yo, de todo aquél que tiene hijos tímidos es enseñarles que ellos tienen el poder de vencer sus miedos en relación a los seres humanos, Y así de grandes logren disfrutar, conectar y gozar de las bendiciones que la interacción con otras personas nos puede traer. Así que ahora tú ya lo sabes, no es lo mismo ser tímido que sentir vergüenza. La vergüenza se maneja de forma distinta a la timidez, y la timidez no es más que un miedo que debemos ir aprendiendo a enfrentar, para que de grandes más que vivir paralizados pensando en que los demás nos puedan rechazar, aprendamos a disfrutar de la alegría y el gozo que la interacción con las demás nos trae a nuestra vida.