“Ya me cansé de seguir las reglas de mi mamá”, me decía hace un par de años una joven de 13 años en un tono de desesperación. “Ella siempre me dice que es la autoridad y que TENGO que seguir sus reglas. Pero, la verdad es que eso me hace sentir muy enojada todo el tiempo con ella y luego me siento culpable porque pienso que está mal estar enojada con mi mamá”.
“Te entiendo”, le contesté. “Si yo pensara que tengo que seguir las reglas de una persona sólo porque el o ella dice, también me sentiría muy enojada. Que yo sepa a nadie en este mundo le gusta sentirse controlado”.
“¿Entonces no estoy mal por estar enojada?”, me preguntó.
“Dudo mucho que esto se resuelva preguntándote si estás bien o mal. Más bien la pregunta es si tu enojo es producto de una injusticia real o es producto de un mal entendido”.
“No entiendo lo que me quieres decir”, me dijo la joven extrañada.
“Quiero decirte que es natural que sientas enojo si tu pensamiento es el siguiente: Las reglas que pone mi mamá en casa son para controlarme” Si logras cambiar ese pensamiento desaparecería tu enojo”. Le contesté.
“Y ¿Cómo hago eso?”, me preguntó de forma inquisitiva.
“Comienza por contestar la siguiente pregunta: ¿Si tú fueras una madre de familia con una hija de tu edad a quien amaras con todo tu corazón, qué reglas pondrías en casa para ella, para que pudieran convivir en armonía, crecer en un ambiente de seguridad, responsabilidad y respeto?”
Y tras varios minutos de silencio, la joven comenzó a compartirme lentamente una lista de reglas que se asemejaban mucho a las reglas que mamá había puesto en casa para ella, tales como: Hablarse con respeto, pedir permiso para salir, cumplir con su palabra, cumplir con las responsabilidades de la escuela, ser honestos etc.
Tras escuchar todas sus reglas, le volví a preguntar: “¿Y porqué crees que estas reglas le servirían a una joven de tu edad?”
Entonces, comenzó a reconocer el amor y el cariño que existía detrás de cada una de las reglas de su casa. Y su enojo y frustración comenzaron a ser sustituidos por sentimientos de comprensión y certeza.
Finalmente, comparamos la lista de reglas que mamá le pedía cumplir y la lista de reglas que ella había elegido si fuera madre de una jovencita de 13 años.
“Gracias”, me dijo la joven. “Ya me di cuenta que mi enojo no tenía razón de ser”.
“A eso le llamo yo un enojo irracional”, le contesté. “Por eso es muy importante acostumbrarnos a hablar acerca de nuestros sentimientos de enojo. Es el mejor camino para resolverlos”.
Y aunque apoyar a la joven a mejorar su estado de ánimo fue uno de los momentos más lindos de ese día, lo mejor de la sesión fue presenciar las palabras de la joven que le dijo a su madre cuando pasó por ella al consultorio. “Mamá, me perdonas por haber estado tan enojada contigo. Ya te entendí”.
Y como pasa en la mayoría de las ocasiones cuando las personas se piden disculpas de corazón, la respuesta de su mamá fue un conmovedor abrazo. Y las palabras que todas las mamás repetimos una y otra vez. Jamás olvides lo mucho que te quiero.
No siempre se resuelven tan rápido los enojos de los adolescentes. A menudo un adolescente muy enojado tiene mucho dolor que resolver que viene de años atrás, porque en muchas familias no acostumbran manejar el enojo con inteligencia y se quedan muchas emociones atoradas. Sin embargo, este es un ejemplo claro de la importancia de hacer razonar a nuestros jóvenes sobre sus emociones, y hacerles ver la diferencia entre un enojo racional y uno irracional.