¿Sabías
que cuando el sistema nervioso activa la reacción del enojo dentro de nosotros,
altera el funcionamiento de nuestro cuerpo? Esto lo logra principalmente a
través de hormonas comúnmente conocidas como adrenalina y cortisol. Cuando
sentimos enojo, estas dos sustancias viajan a través de nuestros sistemas
nervioso y circulatorio para generar cambios en nuestro cuerpo, con el objetivo
de prepararlo para atacar. Primeramente, la
adrenalina se encarga de hacer que nuestro corazón lata a mayor velocidad, para
que nuestra sangre reparta más oxígeno a los músculos de nuestro cuerpo que se
preparan para pelear. Al mismo tiempo que nuestra sangre circula rápidamente,
muchas de nuestras arterias se hacen más estrechas, fenómeno conocido como
vasoconstricción. Este mecanismo tiene el objetivo de evitar una pérdida
excesiva de sangre en caso de que nuestro adversario nos hiriera.
Si al enojarnos peleáramos siempre con toda la
energía de nuestro cuerpo en contra de una bestia salvaje capaz de herirnos,
este mecanismo fisiológico funcionaría siempre a nuestro favor. Sin embargo,
cuando los seres humanos nos enojamos, la mayoría de las veces no enfrentamos
bestias salvajes y ni siquiera es necesario pelear con todo nuestro cuerpo. A
veces nos enfadamos desde que nos levantamos porque no encontramos lo que
necesitamos, porque un familiar nos hizo mala cara, porque se nos atravesó un
taxista en el camino, o porque un maestro llegó de mal humor. Incluso hay
personas que a través de sus pensamientos pasan todo un día enojadas. Al
activar la reacción del enojo, el cuerpo no distingue si estás frente al
televisor o luchando contra un animal, por lo que siempre desencadena la misma
reacción. Por consecuencia, las personas que se enojan frecuentemente
incrementan sus posibilidades de desarrollar enfermedades como hipertensión,
migrañas y los dolores de cabeza. Cuando permitimos que nuestras arterias se
mantengan estrechas por un largo período de tiempo, al mismo tiempo que nuestra
sangre circula a mayor velocidad, la presión arterial se eleva, lo cual tiende
a generar este tipo de problemas de salud. ¿Alguna vez te ha dolido mucho la
cabeza después de pasar todo un día enojado?
Otros estudios han demostrado que al enojarnos el
ritmo del corazón se acelera hasta treinta latidos en menos de tres segundos.
Esto a la larga genera pequeños desgarres en los músculos del corazón,
provocando que aparezcan pequeñas fibras en las arterias que lo nutren de
sangre. A estas últimas se les conoce como Arterias coronarias. Cuando las
Arterias Coronarias se dañan así, acumulan mayor cantidad de colesterol.
Imagina que las arterias son tubos por los que
viaja la sangre con todos sus nutrientes. Cuando los tubos están rasgados, es
más fácil la acumulación de sedimentos en las zonas lastimadas. Algo parecido
sucede en el corazón de las personas que tienen predisposición a los enojos
explosivos, sus arterias lastimadas acumulan más colesterol. Cuando una persona
tiene las arterias del corazón tapadas con colesterol tiene mucho más riesgo de
padecer un infarto. Algunas investigaciones sugieren que las personas que
tienden a enojarse constantemente tienen 50% más probabilidades de sufrir un
paro cardiaco y 80% más probabilidades de desarrollar enfermedades del corazón,
que aquellas que reaccionan con calma. Otros estudios han comprobado que 90% de
las personas que sufren un paro cardíaco, experimentan un enojo el día del
incidente.
La adrenalina y el cortisol, además de alterar
nuestro sistema circulatorio, también se encargan de pedirle al cuerpo que
incremente los niveles de glucosa en la sangre. La glucosa es el azúcar que
requiere nuestro cuerpo para tener más energía. Recuerda, al enojarnos nuestro
cuerpo se prepara para atacar y tener glucosa disponible en la sangre nos da
más energía para movernos. El problema con este mecanismo nuevamente se
presenta cuando las personas viven enojadas sin mayor actividad en su cuerpo, o
cuando se enojan constantemente. Piensa en un jefe enojón sentado todo el día
en su escritorio, o en un taxista gruñón que vive detrás del volante, o a un
adolescente enojado que no sale de su habitación. Cualquiera de estas tres
personas incrementa sus posibilidades de padecer problemas como la diabetes y
el sobrepeso cada día que pasan así.
Por si fuera poco, durante nuestro enojo también se
altera el funcionamiento de nuestro sistema inmunológico, el cual está
encargado de protegernos contra los virus, las bacterias y las células
cancerosas. Los investigadores han encontrado que durante la primera hora de
nuestro enojo, los glóbulos blancos se multiplican para protegernos en caso de
que nuestro adversario nos hiera. Sin embargo, después de una hora de estar
enojados, las células del sistema inmunológico se debilitan, dejándonos
vulnerables ante los virus, las bacterias y las células cancerosas. Sobre este
último fenómeno es importante dejar claro que todos los días los individuos
producimos millones de células nuevas para el óptimo funcionamiento de nuestro
cuerpo. Como en cualquier fábrica, en ocasiones algunas de nuestras células
salen defectuosas. El sistema inmunológico es el principal encargado de
eliminarlas todos los días para que éstas no se reproduzcan. De lo contrario,
tener tumores sería lo más natural entre nosotros. Por eso, las personas que
viven enojadas, al debilitar su sistema inmunológico incrementan sus
posibilidades de desarrollar infecciones, inflamaciones y cáncer.