Hace muchos años, trabajaba con un grupo de preparatoria impartiendo dos clases distintas. Por la mañana alrededor de las nueve, les daba clase de psicología y a las doce del día les daba clase de inglés. Pero lo que me sorprendía, era que por la mañana mi grupo siempre estaba atento, y participativo, no tenía mayor problema para que trabajaran y aprendieran los contenidos de la clase. En pocas palabras, yo sentía que en la mañana fluían mis clases y las disfrutaba mucho. Pero a medio día, a pesar de ser el mismo grupo, sentía que tenía que estarlos arreando toda la hora para que pusieran atención y trabajaran. Por varias semanas empecé a cuestionarme, porqué si era el mismo grupo, pasaban cosas tan diferentes en cada clase. Llegué a pensar que era porque la clase de inglés era en la tarde. Así que investigué si tenían clases muy difíciles a mitad de mañana y si tal vez había un maestro que los dejaba de mal humor. Pero no encontré respuesta. Así que después de varios días, decidí hablar con el grupo para ver si ellos podían explicarme qué estaba pasando.
Y un Martes a medio día, me armé de valor para hablar con mi grupo. “Buenas tardes, jóvenes. Hoy, antes de iniciar la clase de inglés me gustaría platicar con ustedes. ¿Quisiera saber por qué cuando les doy clase de psicología los encuentro atentos, participativos y bien portados y por qué, cuando entro con ustedes a darles inglés, siento que tengo que estarles llamando la atención para que trabajen todo el tiempo? También deseo saber, si hay algo que ustedes creen que yo deba cambiar para que fluya más la clase. Por favor sean honestos, ya no me quiero sentir así. Realmente disfruto mucho mi trabajo y me gustaría sentirme en esta clase como me siento en la de Psicología.
Tras mi petición, se escucharon varios segundos de silencio incómodo, mientras mis alumnos se volteaban a ver unos a otros buscando quién tendría el valor de hablar. De pronto, al fondo del salón una alumna, llamada Gaby levantó la mano y me dijo: “Maestra, está segura que quiere que le diga mi opinión”. “Si, me interesa mucho saber qué piensan”, le contesté. “¿Y si le digo lo que realmente pienso, no me va a bajar puntos?”, me preguntó Gaby con voz nerviosa.
“Te lo prometo, nada de puntos menos”, le conteste un poco temerosa de lo que podría llegar a escuchar tras su petición.
Segundos después, la joven se puso de pie y caminó hacía la entrada del salón. Al llegar, abrió la puerta y me dijo: “Mire maestra, es que cuando usted da clases de Psicología llega así”. Y para mostrarme que significaba “así”, mi alumna comenzó a imitar cómo, desde su percepción, entraba yo a darles la clase de la mañana. A través de su actuación, Gaby me mostró que al entrar a mi clase de Psicología mi paso era entusiasta, mi cara tenía una sonrisa y mi saludo hacía el grupo invitaba a todos a interesarse en lo que venía a platicarles. Después de terminar su representación de lo que yo hacía al entrar a dar clase de Psicología, Gaby regresó a la puerta y me dijo: “Ahora maestra, le voy a enseñar la manera en la que llega usted cuando viene a darnos clase de inglés”. A continuación, la actuación de Gaby se transformó en una maestra que entraba al salón casi arrastrando los pies, con la espalda ligeramente encorvada, con una cara seria y que en un tono monótono y aburrido decía: “Good morning class”.
En pocos segundos Gaby me hizo hecho ver que las emociones que yo transmitía al entrar a mi clase de Psicología, instantáneamente atraían la atención de mis alumnos porque eran de ánimo, positivismo e interés por el material que les iba a compartir. En cambio, las emociones que transmitía a mis alumnos al entrar a la clase de inglés transmitían todo lo contrario. Al ver a Gaby, me di cuenta que si yo fuera mi propia maestra y yo mi propia alumna en la clase de inglés, ni yo misma me caería bien. Gracias Ana Gabriela Viruette, donde quiera que estés, siempre te recordaré con mucho cariño porque ese día tú fuiste mi mejor maestra y tu enseñanza ha permanecido conmigo a lo largo de más de 15 años.
Tiempo después, cuando inicié todo mi proceso de investigación sobre las emociones humanas, supe que al entrar al salón, cuando 30 alumnos ven el rostro del maestro, 30 cerebros activan unas estructuras especializadas llamadas neuronas espejo, que en automático imitan las emociones que transmite la cara del maestro. Y cuando el profesor da sus clases durante 50 minutos, este fenómeno se potencializa haciendo que al final del período, el estado emocional predominante es el que transmitió el maestro la mayor parte del tiempo.
Si tú no lo habías pensado, y como yo te apasiona dar clases, te invito siempre a hacerte dos preguntas todos los días: ¿Si yo fuera alumno y tuviera un maestro como el que fui el día de hoy me inspirarían mis clases, me harían sentir, interés y pasión por el aprendizaje?, ¿cuáles son las emociones que predominantemente les transmito a mis alumnos durante mi clase?
Espero que esta historia y la enseñanza de Gaby, ahora también sean parte de tu aprendizaje como maestro.